
De alguna manera u otra, nuestros sentimientos siempre están
en conflicto con el mundo que nos rodea. Cuando algo que sentimos no es
aceptado por el mundo a nuestro alrededor, tenemos dos opciones. Podemos
esconderlo y actuar como si no existe, o podemos expresarlo y asumir las
consecuencias. Ambas opciones son dolorosas y ambas nacen de algo que nadie
puede negar por más que queramos: los sentimientos son algo que no podemos
controlar. Cuando nos enamoramos de alguien, o cuando empezamos a resentir a
alguien, no tenemos un botón en nuestro cerebro que nos permite apagar esa
emoción. Simplemente aprendemos a aceptar la emoción y a decidir qué hacer con
ella. Justo de eso se trata esta película que algunos perciben como una obra maestra,
y otros como el punchline de un chiste. Es la película que muchos miembros del
público reducen como “esa película de vaqueros homosexuales”, pero dado el
mundo en el que viven estos personajes y las problemáticas que surgen en ese
mundo, y en el mundo en el que vivimos los que estamos del otro lado de la
pantalla, ataca esa temática de los sentimientos y vemos que pasa cuando uno
los contiene, o cuando uno los suelta.
Brokeback Mountain es una montaña en Wyoming en dónde Jack
Twist (Jake Gyllenhaal) y Ennis Del Mar (Heath Ledger) trabajaron un verano
cuidando de un rebaño de ovejas para el Señor Aguirre (Randy Quaid). En esa
montaña no tienen a nadie más que la ovejas y a sí mismos, y después de un
largo verano de no tener a nadie más (la película nos permite sentir ese tiempo
que pasan juntos), acaban atraídos a sí mismos y empiezan una relación que
ambos se dan cuenta que no puede ir más allá de esa montaña. Acabando el
verano, Ennis se casa con su novia Alma Beers (Michelle Williams) y Jack se
casa con Lureen Newsome (Anne Hathaway), una chava que conoce en un rodeo.
Pasan cuatro años antes de que Ennis y Jack se vuelven a encontrar y aunque
Jack está más que dispuesto a abandonar su vida y estar con Ennis en una cabaña
lejos de todo, Ennis está demasiado consciente no solo de sus responsabilidades
(sus hijas y los muchos trabajos de los que depende para tener algo que comer),
sino de cómo lo ve el prójimo. Continúan su relación a escondidos, pero todos
estos secretos y sentimientos escondidos van afectando sus vidas en maneras
cada vez más dañinas.

Esta fue una película muy controversial en su momento, ya
que de cierta forma atacó el estereotipo del vaquero macho y fuerte que se
volvió icónico a través de figuras como John Wayne, además que requiere mucha
paciencia. Ang Lee siempre ha sido un director que explora de la manera más
calmada posible a sus personajes, cosa que resulta en un primer acto largo y
algo repetitivo, pero esencial para ir explorando esta relación. Más que nada
Ang Lee se asegura que esta sea una historia muy íntima, porque no se trata de
fuerzas de fuera que vienen a destruir un gran romance (como Romeo y Julieta y
otras historias así), sino de dos hombres que ya traen esas fuerzas de fuera a
esta relación, uno dispuesto a rechazarlas, mientras que el otro las tiene tan
marcadas en su interior que no puede dejarse llevar por lo que sus sentimientos
quieren. Ennis es un personaje frustrante, porque se ve que está infeliz, pero
no está dispuesto a hacer lo que lo va a hacer feliz. Se estanca a sí mismo en
este lugar en el que tiene que fingir para una familia que él cree que tiene
que tener, y rechazar al hombre del que no quiere estar enamorado, pero lo
está. Es una situación frustrante, y Heath Ledger en la mejor actuación de su trágicamente
corta carrera (sé que muchos prefieren al Guasón, pero esta actuación más
internalizada e igual de precisa se siente como el mayor logro) nos muestra a
este personaje que se ve atrapado en todo lo que hace. Su manera de hablar sin
abrir mucho la boca, como si le diera culpa sacar las palabras que saca, su
caminar tan cerrado e incómodo, todo indica que este hombre creció en una jaula
construida de ideas que no lo dejan en paz, la idea que no puede estar
enamorado de un hombre y la idea que tiene que ser un hombre trabajador y de
familia.
Junto a él puede que Jake Gyllenhaal se vea sobre-actuado,
pero Jack Twist es un alma más abierta, un chavo que busca disfrutar la vida.
Aunque él también se casa y cumple con las expectativas de la sociedad, está
dispuesto a dejar todo eso en cuanto Ennis le diga que quiere estar con él. Jack
deja sus emociones al abierto. De cierta forma es un niño, y Gyllenhaal maneja
ese contraste entre él y Ennis como experto (su discurso final a Ennis, una
explosión de emociones que llevan a que Ennis se abra lo más que se ha abierto,
es de lo más devastador de la película). Estos dos personajes de alguna manera
también simbolizan el contraste entre la majestuosa naturaleza de la montaña
que corre libre, yendo con el viento, con lo reprimido que son los pueblos en
donde viven estos personajes. Rodrigo Prieto, uno de los mejores fotógrafos
actualmente en el cine, aprovecha estas vistas impresionantes para sumergir a los
espectadores a la historia, aún en esos momentos en los que no parece estar
pasando nada, su lenguaje visual lo dice todo. También tenemos como acompañante
la música de Gustavo Santaolalla, con una tonada melancólica, pero muy
romántica y meditativa.

Cuando vi esta película por primera vez, pensé que esta
historia se podría contar de la misma manera si se tratara de un hombre y una
mujer. Claro, ahora que lo pienso bien, eso no es cierto, porque los personajes
serían diferentes y el hecho de que son dos hombres le agrega un contexto
diferente a cada conflicto, pero a lo que voy con eso es que esta es, primero
que nada, una historia acerca de una relación. A veces nos enamoramos de gente
de quién no queremos estar enamorados, sean hombres, mujeres o lo que sean, y
tratamos de contener esos sentimientos para no meternos en problemas, hasta que
el contener los sentimientos es más doloroso que cualquier consecuencia. Es una
película que le habla no solamente a la gente homosexual, sino a la humanidad
como tal, y por eso yo la calificaría como una obra maestra. Es una historia arriesgada
para un público que puede ser muy cerrado, pero hay cineastas que toman riesgos
por el simple hecho de tomar un riesgo y de causar un impacto en el público;
Ang Lee, sus guionistas Larry McMurtry y Diana Ossana y todo el equipo que
trabajó en esta película tomó ese riesgo de manchar una imagen casi sagrada en
la cultura americana, al servicio de una historia que llega a lo más profundo
de lo que es ser humano.
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