miércoles, 12 de febrero de 2014

"No quiero odiar a las personas" Philomena

Como seres humanos, las historias se nos hacen muy atractivas, sean historias felices o tristes o que terminen de manera inconclusa, nos encanta escuchar o leer una historia que nos pueda emocionar. Pero, ¿a quién le pertenece la historia? ¿Le pertenece al autor que la escribió, los personajes que actúan en ella o el público que la percibe? Cuando los personajes son ficticios, eso le quita una capa a la dificultad de esa pregunta, pero ¿qué tal si está basada en algo que de veras sucedió? Existen las historias de interés humano que uno lee en el periódico, estas historias verídicas que no son noticias (es más, la mayoría de ellas sucedieron hace tiempo), pero generan cierto interés, y por supuesto, un periódico quiere ser leído. Esta cinta nos cuenta de un reportero y su relación con el personaje principal de su próximo reportaje, una historia con bastante drama para enganchar a cualquiera que la escuche, o si no se puede dar el giro perfecto para sacar el drama. Lo interesante aquí es como al ir descubriendo esta historia, el reportero va sintiendo las emociones que le deberían pertenecer a la persona que vivió esta historia.
Martin Sixsmith (Steve Coogan, también co-guionista de la película) fue un reportero para la BBC antes de trabajar para el Primer Ministro Tony Blair, pero un escándalo lo ha dejado sin trabajo. Durante una fiesta, una de las meseras le cuenta a Sixsmith una historia que le podría interesar a un periódico, la historia de Philomena Lee (Judi Dench) que hace 50 años fue forzada a dar a su hijo en adopción, ya que lo tuvo de adolescente y fue dejada con las monjas. Philomena no ha hablado de su hijo, hasta ahora. Sixsmith se reúne con Philomena, una mujer que a diferencia de él, es eternamente optimista y algo ingenua. Juntos van en busca de su hijo perdido, un viaje que los lleva a descubrir muchas de las suciedades de esta iglesia irlandesa que vendía los hijos de adolescentes embarazadas (quienes creían que habían pecado y pensaron que se lo merecían) y viajan a los Estados Unidos, donde descubren que este hijo tuvo toda una vida de la que Philomena no pudo ser parte, aunque debió haber sido. Aunque, quizás ella no le hubiera podido dar la vida que tuvo.
La cinta abarca muchos temas y de cierta forma critica muchas cosas. No nada más el tema de la iglesia católica y su manera de lidiar con lo que ellos piensan que son pecado, también toca el tema de la homosexualidad y la política en Inglaterra y Estados Unidos (no diré cómo, tendrán que sorprenderse), pero nunca pierde su enfoque, y esa es la relación entre Sixsmith y Philomena. El guión está lleno de momentos en los que nada más son estos dos interactuando y resultan ser los momentos en los que brilla la película, sea cuando Philomena no entiende que Sixsmith está bromeando, o le está contando de una novela que está leyendo (sin darse cuenta que le está contando el final), o simplemente esos momentos cuando hablan de la existencia de Dios. Sixsmith cree que Dios o no existe, o es increíblemente cruel, mientras que Philomena, aún con todo lo que le pasó, sigue creyendo en la bondad y no deja contagiarse por el cinismo de Sixsmith.
Mucho de esto se debe a la química de Dench y Coogan. Ninguno de los dos está haciendo algo muy diferente a lo que hace normalmente, pero encajan tan bien juntos y la mancuerna es tan natural que vale la pena. Dench siempre ha sido una figura reconfortante, aún cuando aparece como mentora de James Bond, y por eso alumbra cualquier película en la que está. Coogan le inyecta su humor muy inglés, pero también explora algo muy curioso que le pasa a Sixsmith. A él le empieza a afectar la historia más que a ella. Todo este enojo hacia la Iglesia y hacia los años que no obtuvo con su hijo, lo siente él, y cuando vemos la película, lo sentimos nosotros. Es lo curioso de las historias. Cuando las leemos y nos las cuentan, sentimos que somos partes de ellas, y así todo el enojo y toda la felicidad que los personajes de la historia deberían estar sintiendo (o quizás lo están sintiendo) se transfiere al público. Pero, ¿acaso el derecho de esos sentimientos le pertenece al personaje y sólo al personaje? ¿Qué derecho tiene Sixsmith de enojarse por algo que le pasó a Philomena? Por otro lado, así ya no está sola. Ahora alguien más puede cargar esos sentimientos que ella se guardó por tanto tiempo, y por eso contamos historias.

Francamente, la película pierde algo de poder cuando retrata a los miembros de la Iglesia Católica (ya que la pintan como villano de caricatura) y en muchos de los mensajes que trata de transmitir (ya que en muchos casos, ni acaba de transmitirlos, queriendo encontrar algo bueno en lo malo), pero como la relación entre un autor y su historia, es muy exitosa. Es una de esas historias que pone a prueba nuestra empatía y como seres humanos podemos sentir ese enojo de que historias como la de Philomena sucedieron. Aunque no podemos controlar la historia, una que ni el mismo Sixsmith pudo controlar (pudo haberla girado para hacerla más dramática, es más hay una escena en esta cinta que es fabricada, pero lo que sucedió sucedió), podemos llevarnos esa historia y aprender de ella, o simplemente sentir lo que la historia nos lleve a sentir. Una historia le pertenece al personaje que la vivió o al autor que la escribió solamente cuando nadie más la conoce. Ya cuando un libro es publicado o una historia es contada, ya no le pertenece nada más a uno, sino a cualquiera que la conozca. Eso puede ser un alivio, porque las historias pueden ser muy pesadas para una sola persona. 


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