
Como seres humanos, las historias se nos hacen muy
atractivas, sean historias felices o tristes o que terminen de manera
inconclusa, nos encanta escuchar o leer una historia que nos pueda emocionar.
Pero, ¿a quién le pertenece la historia? ¿Le pertenece al autor que la
escribió, los personajes que actúan en ella o el público que la percibe? Cuando
los personajes son ficticios, eso le quita una capa a la dificultad de esa
pregunta, pero ¿qué tal si está basada en algo que de veras sucedió? Existen
las historias de interés humano que uno lee en el periódico, estas historias
verídicas que no son noticias (es más, la mayoría de ellas sucedieron hace
tiempo), pero generan cierto interés, y por supuesto, un periódico quiere ser
leído. Esta cinta nos cuenta de un reportero y su relación con el personaje
principal de su próximo reportaje, una historia con bastante drama para
enganchar a cualquiera que la escuche, o si no se puede dar el giro perfecto
para sacar el drama. Lo interesante aquí es como al ir descubriendo esta
historia, el reportero va sintiendo las emociones que le deberían pertenecer a
la persona que vivió esta historia.
Martin Sixsmith (Steve Coogan, también co-guionista de la
película) fue un reportero para la BBC antes de trabajar para el Primer Ministro
Tony Blair, pero un escándalo lo ha dejado sin trabajo. Durante una fiesta, una
de las meseras le cuenta a Sixsmith una historia que le podría interesar a un
periódico, la historia de Philomena Lee (Judi Dench) que hace 50 años fue
forzada a dar a su hijo en adopción, ya que lo tuvo de adolescente y fue dejada
con las monjas. Philomena no ha hablado de su hijo, hasta ahora.
Sixsmith se reúne con Philomena, una mujer que a diferencia de él, es
eternamente optimista y algo ingenua. Juntos van en busca de su hijo perdido,
un viaje que los lleva a descubrir muchas de las suciedades de esta iglesia
irlandesa que vendía los hijos de adolescentes embarazadas (quienes creían que
habían pecado y pensaron que se lo merecían) y viajan a los Estados Unidos,
donde descubren que este hijo tuvo toda una vida de la que
Philomena no pudo ser parte, aunque debió haber sido. Aunque, quizás ella no le hubiera podido dar la vida que tuvo.

La cinta abarca muchos temas y de cierta forma critica
muchas cosas. No nada más el tema de la iglesia católica y su manera de lidiar con lo que ellos piensan que son pecado, también toca el tema de la
homosexualidad y la política en Inglaterra y Estados Unidos (no diré cómo,
tendrán que sorprenderse), pero nunca pierde su enfoque, y esa es la relación
entre Sixsmith y Philomena. El guión está lleno de momentos en los que nada más
son estos dos interactuando y resultan ser los momentos en los que brilla la película, sea cuando
Philomena no entiende que Sixsmith está bromeando, o le está contando de una
novela que está leyendo (sin darse cuenta que le está contando el final), o
simplemente esos momentos cuando hablan de la existencia de Dios. Sixsmith cree que Dios o no existe, o es increíblemente cruel, mientras
que Philomena, aún con todo lo que le pasó, sigue creyendo en la bondad y no
deja contagiarse por el cinismo de Sixsmith.
Mucho de esto se debe a la química de Dench y Coogan.
Ninguno de los dos está haciendo algo muy diferente a lo que hace normalmente,
pero encajan tan bien juntos y la mancuerna es tan natural que vale la pena. Dench
siempre ha sido una figura reconfortante, aún cuando aparece como mentora de
James Bond, y por eso alumbra cualquier película en la que está. Coogan le inyecta
su humor muy inglés, pero también explora algo muy curioso que le pasa a
Sixsmith. A él le empieza a afectar la historia más que a ella. Todo este
enojo hacia la Iglesia y hacia los años que no obtuvo con su hijo, lo siente
él, y cuando vemos la película, lo sentimos nosotros. Es lo curioso de las
historias. Cuando las leemos y nos las cuentan, sentimos que somos partes de
ellas, y así todo el enojo y toda la felicidad que los personajes de la historia
deberían estar sintiendo (o quizás lo están sintiendo) se transfiere al
público. Pero, ¿acaso el derecho de esos sentimientos le pertenece al personaje
y sólo al personaje? ¿Qué derecho tiene Sixsmith de enojarse por algo que le
pasó a Philomena? Por otro lado, así ya no está sola. Ahora alguien más puede cargar
esos sentimientos que ella se guardó por tanto tiempo, y por eso contamos
historias.

Francamente, la película pierde algo de poder cuando retrata
a los miembros de la Iglesia Católica (ya que la pintan como villano de
caricatura) y en muchos de los mensajes que trata de transmitir (ya que en
muchos casos, ni acaba de transmitirlos, queriendo encontrar algo bueno en lo
malo), pero como la relación entre un autor y su historia, es muy exitosa. Es
una de esas historias que pone a prueba nuestra empatía y como seres
humanos podemos sentir ese enojo de que historias como la de Philomena
sucedieron. Aunque no podemos controlar la historia, una que ni el mismo Sixsmith
pudo controlar (pudo haberla girado para hacerla más dramática, es más hay una
escena en esta cinta que es fabricada, pero lo que sucedió sucedió), podemos
llevarnos esa historia y aprender de ella, o simplemente sentir lo que la
historia nos lleve a sentir. Una historia le pertenece al personaje que la
vivió o al autor que la escribió solamente cuando nadie más la conoce. Ya
cuando un libro es publicado o una historia es contada, ya no le pertenece nada
más a uno, sino a cualquiera que la conozca. Eso puede ser un alivio, porque
las historias pueden ser muy pesadas para una sola persona.