
¿Una rata que quiere ser chef? Esas criaturas sucias que
nadie quiere en su cocina, para las que tendemos trampas, las que pueden traer
la rabia, ¿en serio alguien querría que fuera chef? ¿Quién se creería una
premisa como esa? Seguro la gente de PIXAR se preguntó eso en algún momento de
la producción de esta cinta, pero no dejaron que eso los detuviera. De esa
simple idea de que una rata posiblemente querría ser chef sacaron una
conmovedora meditación acerca del origen del artista y de los obstáculos que
enfrentamos todos para ser reconocidos por nuestro arte. Para este momento
PIXAR ya tenía renombre por crear películas animadas que no eran nada más para
niños, sino que llegaban al corazón de algo con lo que cualquier ser humanos se
puede identificar (aunque sus protagonistas sean juguetes, monstruos, peces o
superhéroes). Con esta cinta, llegaron a un nivel de sofisticación narrativa y
visual a lo que no habían llegado en sus películas anteriores.
Ratatouille cuenta la historia de Remy (voz de Patton
Oswalt), una rata que es algo diferente a las demás ratas en su clan. Tiene un
sentido del olfato más desarrollado que los demás, cosa que hace nada más
quiera comer comida fina y le ha dado un afán por mezclar comida y crear nuevos
sabores. El problema es que vive en una colonia de ratas dónde se la pasan robando
basura y toda la buena comida está en la cocina dónde los pueden ver los
humanos. Después de separarse de su familia, Remy termina en París en el
restaurant de su ídolo, el fallecido Chef Gusteau (voz de Brad Garrett). Ahí,
el torpe y desesperado Lingüini (voz de Lou Romano) lo descubre cocinando y
hacen un trato: Remy cocinará a través de Lingüini. Este arreglo deja que Remy
haga lo que le gusta hacer y que Lingüini pueda encontrar su lugar en el mundo,
pero mientras más exitosos se vuelven y
más capturan la atención del público (y del mórbido crítico Anton Ego, la
poderosa voz de Peter O’Toole), más le molesta a Remy el hecho de que este
inútil humano se esté llevando todo el crédito.

La trama suena ridícula y sí requiere unos saltos de fe
extraordinarios, pero una vez que se toman esos saltos, la historia logra el
resto. Remy es un personaje con una pasión y un talento, de esos que hacen lo
que hacen porque está tan metido en quiénes son que no se imaginan sin hacerlo.
A Remy no nada más le gusta cocinar, sino que tiene que cocinar para satisfacer
este espíritu aventurero en su interior que mezcla comidas diferentes para
probar nuevos sabores. En una de las secuencias más impresionantes de la
película, vemos como Remy saborea diferentes comidas y como visualiza cada
sabor. Es increíble que a través de la animación se nos pueda antojar comida
que ni siquiera es real. En otra escena impresionante, el crítico Anton Ego
prueba algo de comida y de repente le entra un recuerdo de su infancia y de
cuando le empezó a encantar tanto la comida. Son detalles como esos que le dan
a esta cinta ese toque que la hace ir más allá de una simple historia para
niños. Habla de nuestro amor por el arte, por los que crean ese arte y por lo
que lo consumen y además esa difícil relación que tienen el uno con el otro, ya
que nunca se sabe si uno va a disfrutar ese arte o a calificarlo.
Con tantos temas tan sofisticados, uno tal vez podría
preguntarse si esta película es para
niños. Pues, puede que los niños no
entiendan mucho de lo que quiere decir la película, pero aún así la historia
funciona perfectamente para ellos. Ese mensaje de seguir tu pasión sin importar
de dónde viniste es una muy importante para cualquier edad. El mensaje de
“Cualquiera Puede Cocinar” es uno que quizás no sea completamente cierto
(conozco a mucha gente que no debería acercarse a una estufa), pero la frase le
ofrece a los niños ese impulso para buscar lo que les gusta y buscar la manera
de dedicarse a eso. También ayuda que los diseños de personajes son lo
suficientemente atractivos , aunque muchos de los personajes sean ratas. Remy
en particular, es color azul y tiene un aire como de rata más sofisticada y con
cierta carácter de neoyorquino (y la voz de Patton Oswalt le queda perfecta
para crear esa personalidad).

Antes de entrar a PIXAR, Brad Bird fue conocido como el director
de El Gigante de Hierro y su primera película en PIXAR fue Los Increíbles,
ambas películas de héroes fortachones y sus relaciones con la gente a su
alrededor (incluso la gente que les tiene miedo). En esta cinta, Bird se enfoca
en un tema más complejo, pero uno con el que se puede identificar cualquiera
que en algún momento ha querido crear algo, sea un nuevo platillo o hasta una
película. Cualquier cineasta sabe lo que es crear y lo que es buscar la
validación de otros, sea de un público o de un grupo de críticos, gente que te
puede declarar genio o fracaso, que pueden alabarte por tu talento o desecharte
por tu mediocridad, pero al final del día, el creador es alguien que le da su
alma a algo que quiere compartir con el resto del mundo y eso es muy valioso.
Que PIXAR haya traído ese mensaje a través de la historia de una rata que
quiere cocinar es un logro extraordinario, ya que muestra una valentía en como
manejan sus historias. Esta salió cuando PIXAR estaba en una época de alta
creatividad y opino que sigue siendo de sus mejores.
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